sábado, 18 de febrero de 2012

John Dewey & Lippmann

1922
Walter Lippmann en1922 publicó su libro "La Opinión Pública". En este libro se encuentran las observaciones sobre el papel de la prensa en una sociedad democrática, sobre la creación artificial de consenso y sobre la opinión pública son lúcidas y certeras, y el paso del tiempo no ha hecho sino corroborar las tesis del creador del género de la columna de opinión.


La democracia, según Lippmann, se fundamenta, pues, en la ficción de suponer que existe una ciudadanía informada, que comprende la realidad y que se pronuncia a favor de unos candidatos u otros.Para un correcto desarrollo democrático debería crearse una clase de tecnócratas o ciudadanos totalmente desligados de la toma de decisiones. 

Lippmann sostuvo, por primera vez en la “opinión pública” y más tarde en “The Phantom Public ‘, que los ciudadanos no tenían ningún sentido de la realidad objetiva, y puesto que sus ideas no son más que estereotipos manipulados a voluntad por la gente en la democracia superior, haciéndoles creer un sueño imposible.
Lippmann veía los defensores de la democracia participativa, como individuos, romántico y nostálgico que idealizaban el papel de las masas ignorantes para hacer frente a los asuntos públicos y propuso un modelo realista de la sociedad de masas emergentes. Se opuso a este modelo con su propio modelo de “realismo democrático” basado en la representación política y conocimiento técnico.
John Dewey, en respuesta a Lippmann, por primera vez en una reseña publicada en The New Republic (1922), sostuvo que la democracia no debe limitarse a la iluminación de los administradores o privilegiada como líderes industriales, y destacó la importancia de la deliberación pública en la toma de decisiones políticas. Sin embargo, no fue un defensor de cualquier tipo de deliberación. Sostuvo que el debate sólo debe dejarse  llevar, sin provocar hechos de ningún tipo, y sin apelar a significados comunes.
Para Dewey, una vez que los hechos se hacen públicos, el papel de la discusión es determinar la naturaleza exacta del bien común en esa situación particular. Dewey reconoció que la intervención por parte del público no es posible sin una opinión pública mejor organizada y educada, pero argumentó que la falta de educación, la estupidez, la intolerancia y conducir a un mal gobierno, no sólo en las democracias, pero en las monarquías y oligarquías también. Por lo tanto, sostiene Dewey, el sistema democrático no es responsable de las malas decisiones de los ciudadanos en las políticas locales, tales como la prohibición de la enseñanza de la evolución en las escuelas. Dewey argumentó que su posición no se trataba de idealizar a los conocimientos, habilidades y actitudes, o su capacidad de auto-gobierno, sino de fomentar las instituciones democráticas en las que la gente gradualmente se eduquen en los procesos de deliberación y toma de decisiones.
El debate Lippmann-Dewey sobre el papel de los ciudadanos en las democracias modernas sigue existiendo hoy en día, y se puede encontrar tanto en los argumentos filosóficos planteados por autores contemporáneos como Richard Rorty, Cornel West, Jürgen Habermas y Benjamin Barber.

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